martes, 8 de enero de 2013

¿Amor para toda la vida?

http://www.elsentidobuscaalhombre.com/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=131&te=16&idage=195&vap=0

Giacomo Samek Lodovici
El matrimonio no es el puerto del amor o su muerte, sino su escuela, en la que continuamente se descubre la inexorable riqueza del esposo. El divorcio es un drama, porque finaliza aquello que se prometió al otro para siempre, se rompe lo que tenía esperanza de eternidad, se acaba un proyecto de vida que tenía la vocación de llegar hasta el fin. Por eso, es una frivolidad considerar la separación de los esposos como un episodio más en la vida de un matrimonio.

En el debate sobre el divorcio que se dio hace treinta años en la época del referéndum (nota del traductor: hace referencia al debate que hubo en Italia hace 30 años), y en los discursos que se siguen haciendo hoy en día sobre este tema, se percibe un gran equívoco, es decir, la errónea convicción según la cual sólo los creyentes, mediante la fe, pueden sostener la indisolubilidad del matrimonio.

Esta opinión es un error grave, por que la indisolubilidad del matrimonio religioso no es sólo una verdad de fe, sino también una verdad que cualquier hombre puede comprender, incluso si no es cristiano, incluso si es ateo, mediante la razón. Parece paradójico, pero podemos demostrar que no lo es.

Para entenderlo es necesario reflexionar sobre el contenido del consenso que los esposos expresan en el momento del matrimonio. De hecho, el matrimonio nace del consenso libre de los esposos que se prometen: a) amor exclusivo, la donación para toda la vida; b) la apertura a la generación/educación de los hijos. Quien no promete estas dos cosas, o las promete pero sin ser sincero, no se ha casado nunca. Por eso, en caso semejantes es impropio decir que el matrimonio entre dos personas ha sido anulado, por que hablando con propiedad ese matrimonio ha sido nulo desde el principio, no ha existido nunca. Así pues, en estos casos no tiene lugar una rescisión del ligamen matrimonial y por eso no hay divorcio, sino simplemente la toma de conciencia de que ese ligamen no ha existido.

Buscamos ahora aclarar otro punto: dos cónyuges prometen amarse, ¿pero qué significa amarse?, ¿qué es ese amor en el que ponen su esfuerzo de manera recíproca? Amar a un persona no significa, al menos no primariamente, sentirte transportado por ella, descubrir la fascinación, estar emotivamente atraído, estar bien juntos. El amor está acompañado a menudo por el sentimiento, la fascinación, de estar bien juntos, pero no coincide con el sentimiento (que sin embargo, es importante), la fascinación o el estar bien juntos. El griego y no cristiano Aristóteles, ya en el S. IV a.C. explicó que el amor es un acto de la voluntad, que amar significa querer el bien del otro, de procurarlo, de favorecerlo. Por ejemplo, aunque me disguste el comportamiento de mi hijo, hasta el punto que siento rechazo emotivo, yo lo amo si intento de favorecer su propio bien, su crecimiento, etc. Pero no sólo eso, si no que amar a una persona significa amarla en si identidad, es decir, amar su yo, que es único e irrepetible, amarla por lo que es en modo irrepetible, no por las características que otras personas puedan tener como la simpatía, la belleza, la riqueza, etc.; el que ama la simpatía, la belleza, la riqueza de una persona, en realidad no está amando a aquella persona, sino que está amándose a sí mismo y consciente o inconscientemente, está usando a la otra persona para si bien. Es el mismo griego y no cristiano Aristóteles el que lo dice (Ética a Nicómaco, 1156ª 14-24).

Esto significa que dos personas casadas, habiendo prometido amarse para toda la vida, han prometido buscar el bien del cónyuge, de amarlo en su identidad irrepetible y única. Si el contenido de su promesa no es este, ellos nunca habrán estado casados nunca.

Y si consideramos que en el momento del consenso dos esposos que se esforzado libre y conscientemente: a) a amarse (es decir, a querer y buscar el bien del otro) de manera exclusiva; b) a estar abierto a la vida, podemos comprender con la razón, sin recurrir a la fe que el matrimonio es indisoluble. De hecho, los cónyuges si han marcado el trabajo de quererse bien recíprocamente, de donarse el uno al otro, a su yo único e irrepetible, a su identidad personal. Sin embargo, las características físicas y psicológicas de un hombre y de una mujer pueden mutar: un hombre guapo, extrovertido y simpático puede convertirse en feo, introvertido y antipático; un hombre rico, famoso puede convertirse en pobre y deshonrado: pero la identidad personal de un hombre no puede cambiar: se ve al mismo hombre en las fotos de recién nacido, de niño, de adolescente, de adulto, de anciano, aunque si sus características físicas hubieran cambiado totalmente, aunque si hubiese pasado de rico, guapo, potente, simpático, a pobre, feo y antipático.

Pero, entonces, si los esposos se empeñan en amar para toda la vida a su cónyuge en aquello que constituye su identidad personal, habiendo visto que esa identidad no cambia nunca, su promesa no puede deshacerse, por lo que el matrimonio sería indisoluble y el divorcio es un acto gravemente inmoral.

Si podría objetar: cuando entre dos cónyuges no existe más el sentimiento inicial el matrimonio no existe más por que el sentimiento no se puede producir.

Respondemos: a parte del hecho de que el sentimiento se puede favorecer (por ejemplo buscando vivir toda la vida como novios, que se dan sorpresas o se hacen regalos, que salen por la noche, etc), como ya hemos dicho, en el consenso de los esposos no prometen permanecer juntos hasta que padezcan un problema emotivo frente al otro cónyuge, sino que prometen buscar el bien del otro para toda la vida.

Con esto también podemos entender por qué la separación, bajo ciertas condiciones es admisible. Los cónyuges pueden separarse si se llega a una situación en la que la misma convivencia se ha vuelto insostenible, por que ellos no han prometido vivir juntos toda la vida, sino que han prometido que buscarán el bien del otro para toda la vida, por lo que pueden separarse si la convivencia provoca realmente un mal al otro; pero cada uno deberá seguir buscando el bien del otro, por lo que deberá mantener siempre la posibilidad de volver a vivir juntos, deberá intentar restaurar la relación, es decir que deberá intentar restaurar las condiciones de la convivencia, en cuanto que de la convivencia surge para cada uno de los esposos un bien como es la mutua ayuda, el apoyo y la colaboración recíproca. La experiencia enseña que con esta disposición la recomposición no es una utopía y existen casos de reconciliación.

Así hemos reconstruido una primera razón de la indisolubilidad del matrimonio que sirve para cualquier matrimonio. Pero se puede indicar una segunda, que sirve en el caso de que el matrimonio tenga hijos. Está claro que el contexto propicio para el nacimiento, el crecimiento y la educación de un hijo es el de una familia estable y sólida. Y bien, el divorcio es una verdadera injusticia con respecto a los hijos, les hace sufrir siempre mucho, les hiere psicológicamente y afectivamente. Incluso hay estudios que muestran el riesgo de problemas interpersonales de los hijos de divorciados (cfr. Bibliografía) y que muestran como es falso sostener la idea de que cuando los padres no se llevan bien es mejor para los hijos que se divorcien: sólo en las familias donde los conflictos son fortísimos el niño puede obtener beneficios de la eliminación del conflicto, pero tal tipo de conflicto es raro, por lo que en la mayoría de los casos sería mejor para los hijos si los padres, en vez de divorciarse, permanecieran juntos y afrontaran sus problemas.

Además, los esposos se comprometen en el momento del matrimonio a educar y a hacer crecer a los hijos, Habiendo tomado esta tarea, o por el solo hecho de haber engendrado a sus hijos, ya que con el divorcio hacen sufrir a los hijos, cometen una gran injusticia ante ellos.

Hay datos interesantes que muestran que son mucho más felices los cónyuges que deciden no divorciarse, con respecto a aquellos que deciden hacerlo, y que el divorcio no es indoloro y tiene relevantes repercusiones penales, incluidos muchos homicidios.

Al que mantiene, como hacia Montaigne, que el divorcio favorece la duración del matrimonio porque los maridos aman más a las mujeres por el temor de perderlas, hay que rebatirle que quien sabe que está unido indisolublemente busca de todas las maneras de hacer que el matrimonio vayas bien; pero el que sabe que su matrimonio se puede escindir, pondrá un menor esfuerzo por lograr que éste salga adelante (por ejemplo habrá menos escrúpulos para traicionar al cónyuge), porque sabe que el matrimonio no es definitivo (un estudiante que estudia en una escuela difícil se esfuerza menos si sabe que sus padres le van a trasladar a una escuela fácil para evitarle los suspensos, en caso de que le vaya mal). Una última consideración. Por que el matrimonio es indisoluble es fundamental un camino cuidado de preparación para el mismo y no hay que dejarse desalentar por la imagen que ofrecen los medios de comunicación del matrimonio: no es verdad que no es posible permanecer juntos toda la vida y que los matrimonios se rompen de manera inexorable. Hay muchísimos casos de matrimonios logrados que no se presentan nunca, donde los problemas que surgen se superan y donde la fidelidad no es rígida porque el amor se reinicia cada día y puede ser creativamente inventado cada día.

Por eso el matrimonio no es el puerto del amor o su muerte, sino su escuela, en la que continuamente se descubre la inexorable riqueza del esposo: como dice Plutarco, el amor "no solo no va nunca sujeto al otoño, sino que florece también entre los cabellos blancos y las arrugas, y se prolongan hasta la muerte y a la tumba".

(Fotografía "Los amantes de Teruel" obra de Juan de Ávalos)

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